La medicina ha recorrido un largo camino. El conocimiento de la anatomía, la fisiología o la microbiología surgió tras siglos de observación, pero también de prácticas absurdas o crueles. Por otra parte, muchas intervenciones efectivas, como la limpieza de manos antes de examinar al paciente o las primeras formas de anestesia, fueron al principio desdeñadas por la comunidad médica, temerosa de perder su autoridad y sus privilegios.
En este artículo repasaremos algunos de estos aspectos curiosos de la historia de la medicina.
Descubrimientos médicos maravillosos… y despreciados
«Lo primero es no dañar». Aunque esta máxima del juramento hipocrático es un fundamento imprescindible de la práctica médica, si nos remontamos a la historia de la medicina antes del siglo XX sabremos que se causaron innumerables perjuicios después de pronunciarla. Si tenemos en cuenta que en la antigüedad los tratamientos médicos incluían intervenciones quirúrgicas sin anestesia, sangrías y extravagantes enemas, entenderemos que, en pos de la salud, la ignorancia hizo daño. Más aún: cualquier persona que se atrevió a plantear un progreso fue perseguida y desprestigiada. Veamos algunos ejemplos.
La anestesia, rechazada por orgullo
Imagina una amputación sin anestesia. Los cirujanos eran entrenados para operar rápidamente, inmovilizando al paciente e ignorando su sufrimiento. La anestesia supondría el regalo más preciado para los pobres pacientes. No obstante, aunque fue descubierta en 1795, no comenzó a utilizarse rutinariamente hasta casi un siglo después. Los primeros facultativos que la usaron fueron despreciados por una comunidad médica que la consideraba una trampa. ¿Y cuál fue el origen de esta actitud? Que la rapidez y precisión de las que hasta entonces se jactaban los cirujanos perdería relevancia.
¿Lavarse las manos? ¡Qué tontería!
Un caso similar fue el del médico Ignaz Semmelweis, que descubrió el principio de la infección intrahospitalaria y ordenó a todos los médicos del Hospital de Viena que se lavaran las manos con una solución de cloruro de cal antes de examinar a los pacientes. Aunque esta intervención redujo la mortalidad por sepsis puerperal, Semmelweis fue despedido e ignorado en sus repetidas denuncias. Enfermó de depresión y murió en un hospital psiquiátrico por infección de las heridas que le ocasionaron los golpes de sus enfermeros.
De la observación a la investigación
La disponibilidad de agua potable, refrigeración, antisepsia, anestesia y antibióticos, así como la medicina basada en la evidencia, han aumentado nuestra expectativa de vida. No obstante, antes ocurrieron muchos acontecimientos curiosos.
Agujeros en el cráneo, las intervenciones quirúrgicas más antiguas
El descubrimiento de un cráneo con orificios de trepano en Perú fue la primera prueba de la práctica de intervenciones quirúrgicas avanzadas en la civilización inca. El hallazgo de más cráneos trepanados en el mundo situó a la trepanación como la intervención quirúrgica más antigua de la historia.
Se teorizó que chamanes y curanderos podrían haberla usado para liberar «espíritus malignos» causantes de dolores de cabeza o convulsiones. Además, se encontraron escritos de Hipócrates en los que se la citaba como tratamiento de las fracturas de cráneo.
Si bien la trepanación se usa actualmente en algunas neurocirugías, las creencias fantásticas a su alrededor existieron hasta hace poco tiempo: en las elecciones del parlamento británico de 1979 y 1983, se presentó como candidato un miembro de una agrupación que pretendía que la sanidad pública corriera con los gastos de todo aquel que quisiese someterse a una trepanación, para alcanzar un «estado de conciencia superior». Tuvo 200 votos a favor.
¡Fuera líquidos!
Una de las bases de la teoría hipocrática fue que las enfermedades podían tratarse eliminando el exceso de fluidos corporales. Posteriormente, la teoría humoral de Galeno se basó en el desequilibrio de los cuatro humores (sangre, flema, bilis negra y bilis amarilla) como causa de los estados anímicos y las enfermedades. Así, los tratamientos médicos principales durante más de 2000 años fueron los eméticos, los enemas y las sangrías.
Aunque actualmente la extracción de cantidades controladas de sangre es parte del tratamiento de la hemocromatosis y de la policitemia vera, el procedimiento para practicarla ha cambiado totalmente. En la antigüedad se realizaban sangrías mediante cortes, escarificaciones o aplicación de ventosas o sanguijuelas.
En el presente, los enemas tienen indicaciones específicas, como el estreñimiento persistente o ciertos procedimientos diagnósticos. Sin embargo, a lo largo de la historia, la creencia de que el intestino era una fuente de intoxicación propició su uso desmedido para tratar cualquier afección. Sus variantes fueron desde las más simples, como el agua tibia, hasta las más sorprendentes, como el humo del tabaco o las mezclas de opio con vino o miel con aceite.
Paradójicamente, la obsesión por eliminar las toxinas del cuerpo se acompañó del uso de esos productos de desecho para curar enfermedades. Así, se utilizaron heces humanas carbonizadas para tratar la malaria y orina para tratar enfermedades dermatológicas.
¿Qué dirán de nosotros en el futuro?
Muchos tratamientos probados a lo largo de la historia fueron tan ineficaces como perjudiciales, desde el mercurio para el tratar la sífilis hasta el electrochoque para tratar la esquizofrenia.
Sin embargo, el conocimiento avanzó simultáneamente hacia los hitos que cambiarían el rumbo de la medicina. Hechos como el descubrimiento de la penicilina o el primer tuberculostático efectivo se consumaron en un contexto científico adquirido tras siglos de observación.
Así, la organización de la ciencia entre los siglos XVII y XVIII condujo en el siglo XX a la medicina basada en la evidencia, con su máxima expresión en los ensayos clínicos comparativos. Y, aunque en la era científica nos cueste entender los tratamientos usados en la antigüedad, no olvidemos que lo que hoy es una terapia de primera línea en pocos años puede ser considerado un error.
Referencias
Palma JA. Historia negra de la medicina. 1.ª edición. Madrid: Ciudadela Libros; 2016; 327 páginas.